Hoy os traigo una mirada de alguien que ha ocupado un
lugar fundamental en mi año 2012. Alguien que ha hecho que este recorrido haya
sido menos complicado. Alguien que me ha allanado el camino en la medida de lo
posible. Alguien que me ha acompañado en todos y cada unos de los tramos que he
conseguido dejar atrás. Alguien que ha dedicado gran parte de su año a
convertir mis días horribles en días menos complicados. Alguien que hace unos
meses se empezó a pintar las uñas de los pies. Alguien que me abría las
ventanas cuando el ambiente estaba demasiado cargado y me costaba respirar. Alguien
que siempre se ha mantenido lo suficientemente cerca para disfrutar de todos y
cada uno de mis progresos y lo suficientemente lejos para que yo no me sintiera
observada. Alguien que siempre ha tenido a punto su arco y sus flechas bien
afiladas por si era necesario utilizarlas. Alguien que vio como el día 4 de
enero de este año le diagnosticaban cáncer de mama a su hermana pequeña. Hoy
tengo el enorme placer de poder compartir con todos vosotros la mirada de
Hermi, mi hermana (la tata, vamos)
Cuando inauguré la sección “aportando miradas” quería que fuera un espacio donde mi gente se
pudiera expresar libremente, ofrecerles la posibilidad de gritar de la manera
que considerara más oportuna o del modo que se sintieran más cómodos. Des del
principio tenía claro que quería contar con la participación de mi hermana, me
apetecía que formara parte de bebiendo limonada. Ansiaba poder compartir con
todos vosotros su peculiar manera de mirar. Lo que no podía imaginar es que de
nuevo volviera a sorprenderme. Es curioso como a veces justo las personas que creemos
que conocemos mejor son las que más nos asombran y mi hermana lo volvió a
hacer.
Un día quedamos en vernos en casa de mi madre. Mi hermana
me estaba esperando con un enorme paquete envuelto con papel craft, cuando me
lo dio me dijo “Ten esto es para ti, es mi año 2012, te lo regalo” Cuando lo abrí flipé. Esta es la mirada de
Hermi, la mirada de mi hermana:
Mi hermana expresó como ha sido su año a través de un
collage hecho a partir de grabados monotipos. ¡No me digáis que no es original!
Me encantó la metáfora del collage,
porque realmente este año se puede caracterizar por ser un verdadero collage de
emociones. Un collage en el que han tenido cabida un montón de sensaciones que
se iban ensamblando las unas junto a las otras hasta formar un todo unificado.
Un collage de sentimientos, de experiencias, de momentos. Un collage a través
del cual mi hermana ha podido transmitir los diversos estados emocionales que
ha experimentado este año. Un collage que le ha permitido canalizar toda su
rabia, su tristeza, su impotencia, su alegría, su emoción, su ira, su furia. Un
collage que transmite fuerza, intensidad, porque no me negaréis que no está
siendo un año intenso éste, ¿no?
Que alguien te regale un
año de su vida es un gesto realmente hermoso, es uno de esos momentos en los
que volví a morderme el labio inferior, uno de esos momentos en los que soy
consciente de lo afortunada que soy, porque sinceramente tener cáncer es una
putada pero tener una hermana que se encarga de poner color a tus días grises
es formidable.
Una mañana despiertas con el cuerpo completamente
entumecido, abres los ojos y te das cuenta que tu confortable colchón de viscolástica
en el que te acunas cada noche ha desaparecido, que tu edredón de plumas con el
que te resguardas del frio ya no está y no hay ni rastro del despertador que
cada día te anuncia el principio de un nuevo día. Te incorporas medio somnolienta
y te das cuenta de que estás durmiendo en el suelo. Un suelo frio y húmedo en
un lugar que desconoces. Te incorporas y observas ante ti una enorme montaña. Una gigantesca montaña se
levanta a tus pies.
Estás completamente desorientada, no entiendes
absolutamente nada de lo que sucede a tu alrededor. Te sientes confusa y
aturdida. De pronto te das cuenta que alguien ha entrado en tu casa, ha cogido
“tu vida”, la ha metido en una enorme caja, la ha subido a lo alto de esa
montaña y te ha dejado durmiendo a sus pies. No tienes ni idea de cómo, ni
porqué, ni quién ha sido y de pronto
tienes miedo, mucho miedo y tienes una enorme necesidad de recuperar esa caja.
En esa caja está tu vida, los recuerdos de tu cálida infancia y de tu ajetreada
adolescencia, tu día a día y un futuro que poco a poco te vas construyendo y
del que cada vez estás más orgullosa. En esa caja estáis tú y tu chico, tus
princesas y tu familia. En esa caja están tus apuntes del postgrado que estás
estudiando, tus desayunos de los lunes con tus compañeras del trabajo, tus
sábados de chismorreos en la peluquería, tus noches sin pastillas para dormir.
En esa caja están tus famosas albóndigas con sepia que tanto te gusta cocinar, tus
cervecitas improvisadas de los viernes por la tarde, tus mañanas de domingo sin
planes, tus ganas de jugar y acariciar al Yosu. En esa caja también están tus
sujetadores nuevos de color berenjena (sí, el berenjena es un color), tus
mascarillas del pelo efecto alisador, tus fotos del último viaje a Londres, tus
tardes de palomitas disfrutando por enésima vez de Un lugar en el mundo. En esa
caja están tus desafortunados intentos por ser puntual, el disfraz de pingüina
que le hiciste a Lucietis en su primer carnaval, las noches imaginando como serías dentro de
unos años. En esa caja están tus fantasmas, tus inseguridades, tus tardes de
verano tomando el sol, tus chistes malos, en definitiva … en esa enorme caja
está “tu vida”.
Al principio no das crédito, tu cuerpo se paraliza, tus
músculos no reaccionan, el pánico se apodera de ti y eres incapaz de moverte. Estás
en estado de shock, buscas culpables, lloras, te desesperas por entender, por
comprender, por saber, por encontrarle un sentido a lo que ha sucedido y poder asimilar tu nuevo estado. Estás
congelada en el presente y esa sensación es terrible y amarga.
Cuando tu cuerpo empieza a responder decides que has de
ponerte manos a la obra, no te queda otra. Sin tener ni idea de montañismo, ni de
senderismo, ni de alpinismo, y aunque nunca te han interesado demasiado los
ismos, decides que es hora de dejarse de lamentaciones y empezar a caminar. Te
calzas, te vistes y te preparas para empezar a subir esa enorme montaña.
Empiezas a correr, a trepar, a saltar por matorrales porque quieres llegar a la
cima de la montaña lo antes posible, quieres recuperar esa caja ya mismo, estás
impaciente por volver a
abrazarla. A los pocos metros estás exhausta, tienes el cuerpo dolorido
y lleno de arañazos, las uñas destrozadas, el corazón te sale por la boca y la
cabeza te va a estallar. Entonces te detienes para poder coger aire por la
nariz y soltarlo por la boca, inspiras, expiras, inspiras, expiras, inspiras,
expiras… y poco a poco vas bajando de pulsaciones y tu cuerpo va recuperando su
ritmo habitual.
Al rato entiendes que llegar a la cima de esa montaña no es una
cuestión de velocidad sino de resistencia. Entiendes que para conseguir tu objetivo has de dosificar tus fuerzas, que debes hacerte amiga de esa montaña para que
te muestre sus caminos y algún posible atajo, que has de detenerte a contemplar
las vistas para conocer el tiempo que tendrás durante el recorrido, que has de
trazarte rutas que se adapten a tus condiciones físicas, que has de intentar
disfrutar de este trayecto y sobretodo que has de dejar de lamentarte de tu
suerte. Y así de ese modo empiezas a echar a andar.
Durante el trayecto te encuentras con caminos áridos, estrechos
senderos, barrancos demasiado empinados, precipicios realmente escabrosos y algún
que otro despeñadero. Durante el
trayecto vives momentos en los que crees que no vas a ser capaz de seguir, tramos
verdaderamente duros en los que estás a punto de tirar la toalla, parajes que te
acercan al mismísimo infierno, recorridos en los que caes exhausta al suelo pero
vuelves a levantarte y sigues caminando porque no concibes la posibilidad de
renunciar a esa enorme caja.
Pero un día que te das cuenta que durante el trayecto también
te vas encontrando tramos verdaderamente impresionantes, vistas muy hermosas y
paisajes que jamás hubieras soñado poder disfrutar. Durante el trayecto te
maravillas ante magníficas puestas de sol y disfrutas de los colores de los
atardeceres. Descubres nuevos matices y nuevas tonalidades e incluso hay
momentos en los que te olvidas de esa caja que ansiabas recuperar y simplemente
empiezas a disfrutar de esta travesía.
Y llega un día que intuyes que el final está cerca, que
ya quedan muy pocos metros para llegar a la cima, empiezas a vislumbrar tu
caja, esa caja que contiene la vida que tenías antes de empezar esta travesía y
entonces te detienes y te das cuenta de que tu cuerpo necesita descansar, de que
tu cabeza necesita reposar y poder poner orden a todas aquellas cosas que te
han ido sucediendo a lo largo de estos meses. Te das cuenta de que en este tiempo hay cosas en ti que han cambiado,
has incorporado nuevas maneras de mirar, has descubierto nuevas perspectivas,
te has conocido mejor, admites que ya no eres la misma Yolanda que hace unos meses
empezó a subir esa montaña.
Durante esta travesía has aprendido que hay cosas en esa
caja con las que estás deseando reencontrarte. Del mismo modo tienes la certeza
que hay alguna otra que ya no vas a necesitar jamás. Y justo ahora, a escasos
metros de tu ansiado objetivo, necesitas detenerte para poder tomar distancia y
descansar. Tu cuerpo está muy cascado y tu cabeza necesita poner orden. Y justo
ahora, a escasos metros, te das cuenta que lo único que quieres hacer es cerrar
los ojos y dormir.
Para la canción de hoy recupero a mis
infatigables Serrat y Sabina uniéndome a ellos y esperando con todas mis
fuerzas que se cumpla eso de "Al andar se hace camino y al volver la
vista atrás se ve la senda que NUNCA se ha de volver a pisar"