jueves, 30 de agosto de 2012

ESE DÍA NO LLORÉ


Ahora que vuelvo a subir las escaleras de cuatro en cuatro. Ahora que me he vuelto a calzar mis cuñas. Ahora que empiezo a acostumbrarme a mi nuevo corte de pelo a lo garçon. Ahora que me deleito cada mañana poniéndome rímel en mis pestañas. Ahora que puedo cargar con las bolsas de la compra sin tener que descansar cada diez metros. Ahora que el hormigueo de mis dedos ha desaparecido por completo.  Ahora que el teléfono ha dejado de sonar insistentemente. Ahora que he dejado de ser popular y vuelvo a disfrutar de mi tan ansiado anonimato. Ahora que me he dado cuenta que he de pedir hora urgentemente para depilarme. Ahora que el metal ha dejado de ser un sabor. Ahora que los dolores musculares son fruto de mis pinitos como runner. Ahora que empiezo a intuir mi gesto y mi sonrisa. Ahora que mi parte masculina ha abandonado mi cuerpo y vuelvo a ser capaz de hacer más de dos cosas a la vez. Ahora que me encuentro cada mañana con mi mirada reflejada en el espejo. Ahora que vuelvo a poder ir descalza sin miedo a que me bajen las defensas. Ahora que todo el mundo ha dejado de decirme que tengo que comer. Ahora que el cáncer no es el culpable de todo. Ahora que vuelvo a disfrutar del sonido de apretar a fondo el acelerador. Ahora que cambio a quinta sin miedo a quedarme tirada en la cuneta. Ahora que parece que en la próxima curva visualizaré la línea de meta. Ahora que me dejo la garganta gritando junto a Robe Iniesta  su “Jesucristo García” mientras me acompaña a mi sesión diaria de radioterapia. Ahora que el mes de enero queda tan lejos, justo ahora es cuando soy capaz de intentar poner palabras a lo que sucedió ese día.

El 4 de enero del 2012 tenía que haber sido un día más, un día que nos acercaba a la esperadísima cabalgata de sus majestades los reyes magos, un día que mi chico se había ido a trabajar después de haber disfrutado de unas estupendas vacaciones familiares en nuestro pequeño paraíso, un día para saborear junto a mis princesas en plena vorágine  navideña, un día que habíamos planeado ir a merendar chocolate deshecho con melindros, un día que me acercaba a mi pronta incorporación laboral después de disfrutar de unos meses de permiso maternal, un día que tenía que ir a recoger unas pruebas al hospital a las que no le dimos la suficiente importancia ya que decidí enfrentarme a ese momento junto a mis princesas.

El  4 de enero del 2012 entré, con Lucietis cogida de mi mano y con Pauletis en su carro, en la consulta de mi ginecólogo. Nos saludamos con un apretón de manos y deseándonos un feliz año. Me senté, Lucietis se sentó a mi lado, Pauletis se quejaba que quería salir del carro la cogí en brazos y la senté en mis rodillas. El médico consultó los resultados de las pruebas que me habían hecho unos días antes y me miró sin poder articular palabra. Justo en ese momento supe que algo no estaba bien. Justo en ese momento entendí el significado de la expresión “tierra trágame”.

La mañana del 4 de enero del 2012 no lloré, no grité mi rabia, no insulté al mundo, tan sólo me levanté de la silla, cogí a Lucietis de la mano, senté a Pauletis en su carro y acordamos que volvería a primera hora del día siguiente acompañada de mi chico. Ese día no lloré. No delante de ellas.

El 4 de enero del 2012 desperté teniendo un chico que me cogía fuerte de la mano, unas princesas que me pintaban los días de colores, una familia que me adoraba, un trabajo que me estaba esperando con los brazos abiertos, unos amigos con los que compartía largas y amenas sobremesas. Desperté teniendo una vida que me hacía feliz y me fui a dormir teniendo cáncer de mama.

El día 4 de enero del 2012 fuimos a merendar chocolate deshecho con melindros, mi chico me cogía fuerte de la mano, mis princesas reían felices y justo en ese momento me sentí tremendamente afortunada de tenerlos cerca.

Y hoy cierro con “Jesucristo García” gritando a pleno pulmón “concreté la fecha de mi muerte con Satán. Le engañé y ahora no hay quien me pare, ya los pies”. Os dejo con la banda sonora de mis días de radioterapia.


martes, 14 de agosto de 2012

LOS START OVER


A veces tengo la sensación de que esto no me está ocurriendo, que esto no está pasando. A veces parece que yo no formo parte de esta obra como si lo que está sucediendo a mi alrededor no fuera conmigo. A veces sueño que me están gastando una broma (un pelín pesada, eso sí) y que en algún momento se abrirán las luces y una voz gritará “¡¡corten, esta es la buena!!” y la sala se llenará de luz y de aplausos mientras el público vocifera ¡inocente, inocente!.  A veces imagino que estoy soñando y que en cualquier momento sonará el despertador y volverá a ser 3 de enero, volverá a ser mi 37 cumpleaños y yo no tendré que ir a recoger ninguna prueba al hospital porque jamás noté ningún bulto en mi teta. A veces tengo la impresión que este capítulo de mi vida se me está haciendo demasiado largo. A veces quiero ir más rápido que el tiempo. A veces echo de menos mi yo anterior, un yo que en ningún momento se planteó vivir este revés. Un yo que se bebía la vida a grandes sorbos. Un yo que no concebía la posibilidad que las cosas fueran a cambiar. Un yo inconsciente que pensaba que tenía el control de su vida. Un yo que empezaba a gustarse cada vez más. Un yo que era bastante feliz con su vida.

A veces me entristece pensar que ese yo ya no existe. A veces tengo curiosidad por saber cuál será mi nuevo yo. A veces tengo miedo de que no me guste mi nuevo yo. A veces tengo ganas de volver a la vida que tenía antes de saber que tenía cáncer. A veces tengo miedo de no recuperar esas parcelas de mi yo anterior que tanto me gustaban. A veces me entristece sentirme tan pequeña. A veces pienso que la vida me ha hecho una gran putada. A veces creo que la vida me ha brindado una gran oportunidad. A veces opino que tener cáncer es fruto de la casualidad, una cuestión de probabilidades, soy esa una de cada nueve mujeres que tienen cáncer de mama. A veces tengo la sensación que mi cáncer es la causa que necesitaba para dar un nuevo rumbo a mi vida.

A veces me fascina la posibilidad de volver a empezar, el start over que dicen los ingleses. Volver a empezar es la oportunidad de diseñarme de nuevo. Diseñar un nuevo yo, una versión mejorada de mí misma.  Hay algo en los start over que me atrae enormemente, los encuentro muy seductores. Desde mi punto de vista start over es una ocasión para hacer una buena selección de las personas que quiero mantener en mi vida, una oportunidad para elegir qué cosas quiero conservar, un momento para detenerme a reflexionar cómo quiero seguir viviendo, un punto de inflexión para poder hacer balance y tomar consciencia de qué me sobra y qué me falta para ser más feliz, para potenciar aquello que me hace bien y eliminar por completo lo que me hace mal.

Hasta la fecha en mi vida he tenido un par de start over y a día de hoy no cambiaría ninguno de ellos, ¿por qué iba a cambiar éste?

Y vuelvo a confiar en mis burnings del alma porque a veces me sigo preguntando que hace una chica como yo en un lugar como este



viernes, 3 de agosto de 2012

HOY ME APETECE HABLAROS DE ELLOS


Tengo un chico al que adoro, tengo dos princesas que me tienen el corazón robado, tengo un perro que es un santo, tengo una madre que es un ejemplo de fortaleza, tengo el DVD de mi película preferida, tengo libros para dar y vender, tengo una furgoneta con la que descubro nuevos paisajes, tengo buenas amigas (no tengo demasiadas sino las justas), tengo un montón de proyectos por realizar, tengo cantidad de metas conseguidas, tengo que aumentar mi autoestima, tengo millones de fotos de sonrisas, tengo muebles restaurados por todos los rincones de mi casa, tengo un poco de mala leche (no tengo demasiada sino la justa), tengo muchas ganas de aprender cosas nuevas, tengo debilidad por el chocolate negro, tengo millones de recetas de pasteles, tengo un montón de pañuelos apuntito de jubilarse, tengo la esperanza de que haya dos sin tres, tengo la certeza que vamos por buen camino, tengo que practicar el no, tengo velas de colores, tengo que mejorar mi comunicación emocional, tengo que aprender a morderme la lengua más a menudo, tengo una hada madrina que me coge fuerte y me fríe almendras, tengo un montón de tupers esperando ser devueltos a sus dueños. También tengo dos hermanos de los que hoy voy a hablaros.

Hoy me apetece hablar de mis hermanos. Tengo una hermana y un hermano. Cuando yo nací mi hermana estaba a punto de cumplir 14 años y mi hermano tenía 12. No hace falta que os detalle que al parecer mi madre necesitó unas cuantas semanas para asimilar que a sus 42 años y con un par de hijos adolescentes iba a volver a experimentar las delicias de la maternidad. Vamos, que mi llegada al mundo no podemos decir que fuera algo planeado, más bien podemos afirmar que fui algo inesperado, un pequeño imprevisto. No me avergüenza reconocer que no fui una hija buscada porque eso no quiere decir que no haya sido una hija muy querida, una nieta muy mimada y una hermana muy consentida.

En casa de mi madre, a pesar de haber cumplido mis flamantes 37 años, yo soy la nena, y mis hermanos son la tata y el tete. No sé si seré capaz de describiros la cara que puso mi chico la primera vez que me oyó despedirme de mi madre después de una larga conversación telefónica. “Mama, que tal?(hablamos un rato y antes de colgar) ¿y qué sabes de la tata? (me lo explica) ¿has hablado con el tete? (me lo cuenta) vale, te llamo mañana". Yo creo que mi chico no daba crédito, los adjetivos que más se aproximan a su estado serían ojiplático, patidifuso, sorprendido y flipado. 

Los terapeutas sistémicos afirman que los hermanos que nacen con una diferencia de edad de más de 6 años se consideran hijos únicos porque no comparten experiencias vitales con sus hermanos. Es posible que tengan razón. Mi infancia y la de mis hermanos no tienen nada que ver, eso es evidente. Mis hermanos vivieron la emigración de mis padres a Suiza (Un franco, 14 pesetas,  película que me acerca a esa experiencia), disfrutaron de mis abuelos maternos durante muchos años y vivieron una realidad muy distinta a la mía.

Nunca me he caracterizado por gozar de una gran memoria y tras el tratamiento de quimioterapia ya ni te cuento, pero estos días he estado repasando algunos de los recuerdos que tengo de mis hermanos y algunas de las percepciones que tengo sobre ellos. Este es el resultado:

Mi hermana estaba loquita por Bertin Osborne, creo que incluso llegó a ir a algún concierto (eran otros tiempos). Mi hermano tenía mogollón de canicas. La mejor amiga de mi hermana se llamaba MariClaire (bueno aun se llama) tenía el pelo rizado y la nariz puntiaguda, cuando mi hermana la invitaba a nuestra casa yo le hacía la vida imposible (las nenas durante nuestra infancia acostumbramos a ser un poco repelentillas, no vamos a negarlo). El mejor amigo de mi hermano era el Moliner, era alto y delgado. Mi hermano me subía las escaleras de casa subida en su hombro mientras gritaba “tengo un saco de patatas”. Con mi hermana jugaba a inventarnos canciones, cada una cantaba una estrofa inventada y aunque yo me lo curraba mogollón a ella siempre le salía una estrofa mejor que la mía. Mi hermano a sus 17 años me bajaba al parque para darme el yogur. Mi hermana cuando me llevaba al cole  para que me diera prisa me decía que su jefe la esperaba con un látigo en la puerta por si llegaba tarde (yo todavía no he utilizado esta estrategia con mis princesas pero no lo descarto). Mi hermano hizo la mili en Cartagena y un fin de semana de permiso me vino a buscar al cole vestido con el traje verde. Según fuentes fidedignas mi hermana era muy buena estudiante. Mi hermano sólo aprobaba gimnasia y religión (eran otros tiempos). Mi hermana dormía en la litera de arriba, yo en la de abajo y la despertaba varias veces durante la noche para pedirle un vaso de agua o un vaso de leche. Mi hermano se quedó blanco el día que me dieron un golpe en el columpio y me salió sangre. Parece ser que cuando me llevó a casa tuvieron que atenderlo primero a él porque estaba en estado de shock. Mi hermana nació en Barcelona.  Mi hermano nació en Suiza. A mi hermana le pirra el cava. Mi hermano disfruta saboreando un buen vino. Mi hermana no se pinta las uñas de los pies. Mi hermano colecciona las películas de Walt Disney. Mi hermana tiene los ojos marrones. Mi hermano tiene los ojos verdes. A mi hermana le encantan los pies de cerdo. Mi hermano se vuelve majareta con el arroz con garbanzos de mi madre. Mi hermana tiene un lunar con forma de bellota en la parte trasera del muslo (espero que no sea fruto de un antojo de mi madre). Mi hermano me regaló el perfume de Chanel número 5 cuando cumplí 18 años. Mi hermana parece sensata. Mi hermano se sigue poniendo nervioso la víspera de Reyes Magos esperando su ansiado fuerte de Comansi. Parece ser que mi hermana es más Ferrer que Polo. Mi hermano es claramente más Polo que Ferrer.

Mi hermana es imprescindible en mi vida. Mi hermano es vital para mí y aunque los sistémicos pueden tener parte de razón yo me niego a sentirme hija única.

Tengo la certeza que mi hermana siempre dormirá en la litera de arriba por si necesito un vaso de leche templada en mitad de la noche. Tengo la seguridad que, si se lo pido, mi hermano me subiría las escaleras encima de su hombro mientras grita “tengo un saco de patatas”

Aquí os presento a la tata y el tete:





Y cerramos con Bertín dando las buenas noches (definitivamente eran otros tiempos):