viernes, 28 de septiembre de 2012

UNA MIRADA MUY PECULIAR


Hoy os traigo una mirada de alguien que ha ocupado un lugar fundamental en mi año 2012. Alguien que ha hecho que este recorrido haya sido menos complicado. Alguien que me ha allanado el camino en la medida de lo posible. Alguien que me ha acompañado en todos y cada unos de los tramos que he conseguido dejar atrás. Alguien que ha dedicado gran parte de su año a convertir mis días horribles en días menos complicados. Alguien que hace unos meses se empezó a pintar las uñas de los pies. Alguien que me abría las ventanas cuando el ambiente estaba demasiado cargado y me costaba respirar. Alguien que siempre se ha mantenido lo suficientemente cerca para disfrutar de todos y cada uno de mis progresos y lo suficientemente lejos para que yo no me sintiera observada. Alguien que siempre ha tenido a punto su arco y sus flechas bien afiladas por si era necesario utilizarlas. Alguien que vio como el día 4 de enero de este año le diagnosticaban cáncer de mama a su hermana pequeña. Hoy tengo el enorme placer de poder compartir con todos vosotros la mirada de Hermi, mi hermana (la tata, vamos)

Cuando inauguré la sección “aportando miradas”  quería que fuera un espacio donde mi gente se pudiera expresar libremente, ofrecerles la posibilidad de gritar de la manera que considerara más oportuna o del modo que se sintieran más cómodos. Des del principio tenía claro que quería contar con la participación de mi hermana, me apetecía que formara parte de bebiendo limonada. Ansiaba poder compartir con todos vosotros su peculiar manera de mirar. Lo que no podía imaginar es que de nuevo volviera a sorprenderme. Es curioso como a veces justo las personas que creemos que conocemos mejor son las que más nos asombran y mi hermana lo volvió a hacer.

Un día quedamos en vernos en casa de mi madre. Mi hermana me estaba esperando con un enorme paquete envuelto con papel craft, cuando me lo dio me dijo “Ten esto es para ti, es mi año 2012, te lo regalo”  Cuando lo abrí flipé. Esta es la mirada de Hermi, la mirada de mi hermana:




Mi hermana expresó como ha sido su año a través de un collage hecho a partir de grabados monotipos. ¡No me digáis que no es original!  Me encantó la metáfora del collage, porque realmente este año se puede caracterizar por ser un verdadero collage de emociones. Un collage en el que han tenido cabida un montón de sensaciones que se iban ensamblando las unas junto a las otras hasta formar un todo unificado. Un collage de sentimientos, de experiencias, de momentos. Un collage a través del cual mi hermana ha podido transmitir los diversos estados emocionales que ha experimentado este año. Un collage que le ha permitido canalizar toda su rabia, su tristeza, su impotencia, su alegría, su emoción, su ira, su furia. Un collage que transmite fuerza, intensidad, porque no me negaréis que no está siendo un año intenso éste, ¿no?

Que alguien te regale un año de su vida es un gesto realmente hermoso, es uno de esos momentos en los que volví a morderme el labio inferior, uno de esos momentos en los que soy consciente de lo afortunada que soy, porque sinceramente tener cáncer es una putada pero tener una hermana que se encarga de poner color a tus días grises es formidable.

martes, 18 de septiembre de 2012

A ESCASOS METROS DE LA CIMA


Una mañana despiertas con el cuerpo completamente entumecido, abres los ojos y te das cuenta que tu confortable colchón de viscolástica en el que te acunas cada noche ha desaparecido, que tu edredón de plumas con el que te resguardas del frio ya no está y no hay ni rastro del despertador que cada día te anuncia el principio de un nuevo día. Te incorporas medio somnolienta y te das cuenta de que estás durmiendo en el suelo. Un suelo frio y húmedo en un lugar que desconoces. Te incorporas y observas ante ti una  enorme montaña. Una gigantesca montaña se levanta a tus pies.

Estás completamente desorientada, no entiendes absolutamente nada de lo que sucede a tu alrededor. Te sientes confusa y aturdida. De pronto te das cuenta que alguien ha entrado en tu casa, ha cogido “tu vida”, la ha metido en una enorme caja, la ha subido a lo alto de esa montaña y te ha dejado durmiendo a sus pies. No tienes ni idea de cómo, ni porqué, ni quién ha sido  y de pronto tienes miedo, mucho miedo y tienes una enorme necesidad de recuperar esa caja. En esa caja está tu vida, los recuerdos de tu cálida infancia y de tu ajetreada adolescencia, tu día a día y un futuro que poco a poco te vas construyendo y del que cada vez estás más orgullosa. En esa caja estáis tú y tu chico, tus princesas y tu familia. En esa caja están tus apuntes del postgrado que estás estudiando, tus desayunos de los lunes con tus compañeras del trabajo, tus sábados de chismorreos en la peluquería, tus noches sin pastillas para dormir. En esa caja están tus famosas albóndigas con sepia que tanto te gusta cocinar, tus cervecitas improvisadas de los viernes por la tarde, tus mañanas de domingo sin planes, tus ganas de jugar y acariciar al Yosu. En esa caja también están tus sujetadores nuevos de color berenjena (sí, el berenjena es un color), tus mascarillas del pelo efecto alisador, tus fotos del último viaje a Londres, tus tardes de palomitas disfrutando por enésima vez de Un lugar en el mundo. En esa caja están tus desafortunados intentos por ser puntual, el disfraz de pingüina que le hiciste a Lucietis en su primer carnaval,  las noches imaginando como serías dentro de unos años. En esa caja están tus fantasmas, tus inseguridades, tus tardes de verano tomando el sol, tus chistes malos, en definitiva … en esa enorme caja está “tu vida”.

Al principio no das crédito, tu cuerpo se paraliza, tus músculos no reaccionan, el pánico se apodera de ti y eres incapaz de moverte. Estás en estado de shock, buscas culpables, lloras, te desesperas por entender, por comprender, por saber, por encontrarle un sentido a lo que ha sucedido y  poder asimilar tu nuevo estado. Estás congelada en el presente y esa sensación es terrible y amarga.

Cuando tu cuerpo empieza a responder decides que has de ponerte manos a la obra, no te queda otra. Sin tener ni idea de montañismo, ni de senderismo, ni de alpinismo, y aunque nunca te han interesado demasiado los ismos, decides que es hora de dejarse de lamentaciones y empezar a caminar. Te calzas, te vistes y te preparas para empezar a subir esa enorme montaña. Empiezas a correr, a trepar, a saltar por matorrales porque quieres llegar a la cima de la montaña lo antes posible, quieres recuperar esa caja ya mismo, estás impaciente por volver a abrazarla. A los pocos metros estás exhausta, tienes el cuerpo dolorido y lleno de arañazos, las uñas destrozadas, el corazón te sale por la boca y la cabeza te va a estallar. Entonces te detienes para poder coger aire por la nariz y soltarlo por la boca, inspiras, expiras, inspiras, expiras, inspiras, expiras… y poco a poco vas bajando de pulsaciones y tu cuerpo va recuperando su ritmo habitual.

Al rato entiendes que  llegar a la cima de esa montaña no es una cuestión de velocidad sino de resistencia. Entiendes que para conseguir tu objetivo has de dosificar tus fuerzas, que debes hacerte amiga de esa montaña para que te muestre sus caminos y algún posible atajo, que has de detenerte a contemplar las vistas para conocer el tiempo que tendrás durante el recorrido, que has de trazarte rutas que se adapten a tus condiciones físicas, que has de intentar disfrutar de este trayecto y sobretodo que has de dejar de lamentarte de tu suerte. Y así de ese modo empiezas a echar a andar.

Durante el trayecto te encuentras con caminos áridos, estrechos senderos, barrancos demasiado empinados, precipicios realmente escabrosos y algún que otro despeñadero.  Durante el trayecto vives momentos en los que crees que no vas a ser capaz de seguir, tramos verdaderamente duros en los que estás a punto de tirar la toalla, parajes que te acercan al mismísimo infierno, recorridos en los que caes exhausta al suelo pero vuelves a levantarte y sigues caminando porque no concibes la posibilidad de renunciar a esa enorme caja.

Pero un día que te das cuenta que durante el trayecto también te vas encontrando tramos verdaderamente impresionantes, vistas muy hermosas y paisajes que jamás hubieras soñado poder disfrutar. Durante el trayecto te maravillas ante magníficas puestas de sol y disfrutas de los colores de los atardeceres. Descubres nuevos matices y nuevas tonalidades e incluso hay momentos en los que te olvidas de esa caja que ansiabas recuperar y simplemente empiezas a disfrutar de esta travesía.

Y llega un día que intuyes que el final está cerca, que ya quedan muy pocos metros para llegar a la cima, empiezas a vislumbrar tu caja, esa caja que contiene la vida que tenías antes de empezar esta travesía y entonces te detienes y te das cuenta de que tu cuerpo necesita descansar, de que tu cabeza necesita reposar y poder poner orden a todas aquellas cosas que te han ido sucediendo a lo largo de estos meses. Te das cuenta de que en  este tiempo hay cosas en ti que han cambiado, has incorporado nuevas maneras de mirar, has descubierto nuevas perspectivas, te has conocido mejor, admites que ya no eres la misma Yolanda que hace unos meses empezó a subir esa montaña.

Durante esta travesía has aprendido que hay cosas en esa caja con las que estás deseando reencontrarte. Del mismo modo tienes la certeza que hay alguna otra que ya no vas a necesitar jamás. Y justo ahora, a escasos metros de tu ansiado objetivo, necesitas detenerte para poder tomar distancia y descansar. Tu cuerpo está muy cascado y tu cabeza necesita poner orden. Y justo ahora, a escasos metros, te das cuenta que lo único que quieres hacer es cerrar los ojos y dormir.

Para la canción de hoy recupero a mis infatigables Serrat y Sabina uniéndome a ellos y esperando con todas mis fuerzas que se cumpla eso de "Al andar se hace camino y al volver la vista atrás se ve la senda que NUNCA se ha de volver a pisar"